Nos guste más o menos, y con la inestimable “ayuda” del Consejo de Colegios veterinarios de aquel momento, los veterinarios no podemos vender fármacos. El parche del botiquín veterinario y de la cesión de medicamentos no es sostenible y crea una inseguridad jurídica que hace que ya sea fuente de conflictos.
En esta situación no se entiende que los veterinarios olviden poner foco en lo que es su trabajo en relación a los fármacos: la prescripción. Y se entiende menos que los Colegios y el Consejo, que tanto contribuyó por omisión a la nefasta situación actual, no hagan campaña constante para poner en valor la receta veterinaria. Y no me refiero a la receta electrónica, sino al valor económico que debe tener la prescripción de fármacos.
Ningún médico privado entrega una receta sin pasar y abonar, previamente, la consulta. Tienen razón. El conocimiento de lo recetado, la capacidad legal de hacerlo y la responsabilidad asumida en la prescripción deben tener una contraprestación.
Sin embargo, los veterinarios siguen emitiendo recetas gratis (repetidamente, en enfermedades crónicas). Gratis para el cliente, no para ellos. Una actuación incompatible con la justa retribución y con el prestigio que la profesión quiere conseguir.
Si la emisión de recetas se cobrara de forma generalizada, también sería aceptado por los clientes de forma generalizada. A lo mejor es el momento de cambiar esta situación. Y aunque depende de cada uno de nosotros, quienes deberían liderarlo son nuestros colegios profesionales.
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