Os presentamos una nueva sección de Ideavet: “El dedo en la llaga”. Aquí encontréis artículos de opinión sobre cuestiones que están creando controversia en el sector veterinario.
Y queremos empezar con un tema que genera posiciones encontradas, sobre todo en redes sociales.
Cada vez son más los veterinarios que en informes, publicaciones o comentarios utilizan las palabras “cuidador” o “tutor” para sustituir al tradicional “propietario”. Y entre los motivos que aducen para ello hay dos que sobresalen: la reafirmación de que los animales de compañía no son objetos y el miedo a ser estigmatizado por grupos de presión.
No comparto ninguna de esas justificaciones para hacer un uso incorrecto del lenguaje. El miedo, desde luego, es libre pero dar la razón a los que quieren imponer su credo solo puede conducir a errores de interpretación y, desde luego, a nuevas imposiciones.
El primer motivo, reafirmar que los animales no son objetos, es encomiable pero difícilmente se consigue utilizando palabras inadecuadas. Hace ya años que Steven Pinker explicó que el cambio de significante para modular la percepción que se tiene del significado es inútil y solo conduce a contaminar el nuevo nombre utilizado para designar el mismo concepto, sin que éste cambie.
Los significados de tutor o cuidador están definidos claramente en el diccionario, que no hace otra cosa que reflejar el consenso social sobre lo que esos nombres designan. En el primer caso, se refiere a la tutela o dirección ejercida sobre las personas; en el segundo al hecho de proveer de cuidados. Ninguna de estas dos palabras alcanza a definir las obligaciones legales y morales que un propietario tiene sobre su animal de compañía. Flaco favor.
Y, aunque es cierto que la palabra “propietario” no es la que más nos gusta, sí es la que mejor define las obligaciones (y también los derechos legales) que se adquieren sobre un animal de compañía. Si no existe una mejor, es preferible utilizar la más ajustada a lo que queremos definir en vez de usar otros nombres que crean más confusión y menos seguridad legal.
Puestos a ser creativos me quedo con la definición que dio, de sí mismo, un cliente: “soy el representante de Chencho”.
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